La exitosa campaña “Enamórate de Utrera” llevada a cabo durante las últimas semanas para festejar en nuestra localidad el día de los enamorados obtiene su primer fruto: El Gallo de Morón se empadrona en Utrera loco de amor por una gallina franciscana.
Que sepamos, ningún medio de comunicación se ha hecho eco del monumental idilio que mantuvieron el Gallo de Morón y la gallina utrerana Josefina Fernández, de los Fernández de toda la vida. Aprovecharemos la proximidad del día de San Valentín y nuestra posición de privilegio (de hecho, somos el cuarto poder, sólo superados por las cofradías, el flamenco y los toros) para propalar este romance, que ha permanecido en secreto durante muchos meses a petición de los propios familiriares de los amantes. Quizá para Ryszard Kapuściński esta sea una de esas informaciones sensibles cuyo tratamiento requiere un especial cuidado; pero nosotros somos lo suficientemente cínicos como para eludir cuantos escrúpulos debiera poseer todo buen periodista para el correcto desempeño de su oficio sin que nos tiemble el pulso.
El Gallo de Morón y la gallina utrerana Josefina Fernández, de los Fernández de toda la vida, estaban a partir un piñón pese a que sus familias, rivales entre sí, se oponían a tal relación por motivos seguramente eugenésicos. Los Fernández de Utrera y los Fernández de Morón eran los Capuletos y los Montescos de la provincia de Sevilla, y se llevaban a matar. Y decimos bien, se llevaban, porque cuando la gallina utrerana Josefina Fernández, de los Fernández de toda la vida, acabó por accidente del destino en el puchero de los Fernández de Morón y el Gallo de Morón, por contra, en el horno de los Fernández de Utrera, ambas familias se reconciliaron para devorar los cuerpos cocinados de los desdichados en sonada cuchipanda . El dolor es un poderoso engrudo, tanto o más potente que el amor, que une lo que suele separar la insensatez del hombre.
Este trágico romance gallináceo, del que aquí se ha dado puntual primicia, ya lo llevó Shakespeare al teatro con otros nombres y en otra época, y desde entonces, y aún antes, no cesa de repetirse. Nadie está a salvo de darle un pico al infortunio, y el que no lo crea así, ¡pues que le pique o que le pise un pollo, oiga, que va listo, que se va a quedar como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando en la mejor ocasión!