Mis consejos para lograr un perfecto bronceado de testículos

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Estimado señor director de Utrera Today:

Se acaba el tórrido verano y atrás quedan las asfixiantes canículas; los acezos, calenturas y rigores estivales; las estomagantes salmonelosis y las sandías pagadas a precio de melones. Toca hacer balance: de mediados de julio hasta ahora, a razón de tres pajas diarias, calculo que me habré masturbado unas 180 veces, lo que ha supuesto, dicho sea de paso, un aumento extra de mi temperatura corporal. No es que me sienta orgulloso de pasar tanto calor; pero las cosas vienen dadas muchas veces sin que uno las busque. Habrá quienes califiquen esta carta de zafia; otros, los más avezados, quizá sepan extraer una útil lección de vida. A ellos va destinada la epístola que aquí rubrico.

Este verano, aproveché mis vacaciones en Caños de Meca para ensayar una terapia que incrementa el nivel de testosterona y la libido masculina, según un tal Tucker Carlson: el bronceado de testículos. Cada mañana, ataviado con ropas de tuareg, tapado de pies a cabeza para combatir el sofocante calor y los nocivos efectos de los rayos ultravioleta, me dirigía a la zona nudista de la playa; una vez allí, me tumbaba panza arriba y sacaba las vergüenzas al aire para que se tostasen un poco.

Pasaba horas y horas tomando baños de sol tan ricamente, sin moverme apenas del sitio. ¡Oh, qué delicia sentir las caricias de la brisa marina en el rafe escrotal! La marea me sumergia en la más absoluta molicie y en más de una ocasión me vi forzado a interrumpir el tratamiento so pena de morir ahogado; aún así, los efectos no tardaron en hacerse notar y yo me creía, en esos momentos en que mi cabeza se hallaba bajo el agua, un batiscafo con el periscopio elevado. ¡Qué verriondez se apoderaba entonces de mí, al imaginarme a los bañistas tropezando con mi pene arrecho, maldiciéndome doloridos, con sus canillas magulladas! Aunque me ponía, consideré colocarme una seta protectora de gavilla en el glande para evitar potenciales accidentes.

¿Y qué me importará a mí lo que cada cuál haga con sus santos cojones?..

¿Y qué me importará a mí lo que cada cuál haga con sus santos cojones?, se preguntará el impaciente lector de Utrera Today. Aguarda, aguarda, que todo tiene una explicación, y yo, como epistológrafo que soy, esa explicación que te debo, te la voy a pagar: del mismo modo que el capitalismo —y de manera más acentuada, el neoliberalismo— produce desigualdad económica, la libertad sexual causa desigualdad en asuntos de cama (tesis que sostienen Eva Illouz y Dana Kaplan en el libro “El capital sexual en la modernidad tardía“).

O sea, que los caliqueños también está mal repartidos, lo que se traduce en que unos follan mucho; y otros, como es mi caso y supongo que el de la mayoría, follamos muy poco. Por eso, cuando suene la flauta y me tropiece con la despistada mujer (reconozco ser un indeseable heterobásico) que consienta dilapidar conmigo mi pequeña hacienda erótica, he de estar preparado, no puedo permitirme un gatillazo. La autarquía sexual imprime el carácter de un sacramento; y la vitamina D, adquirida por exposición solar, lo refuerza.

Un tieso con el nabo tieso, un desharrapado con priapismo, es lo que soy, víctima de desigualdades de toda índole. Nada me jodería más que convertirme en un viejo verde (que Dios me quite las ganas antes que la fuerza); así que en cuanto cumpla los cincuenta, dejaré de poner mis huevos al sol y de tomar suplementos de fitoesteroles para prevenir enfermedades cardiovasculares.

—Oiga, señor pajillero, ¿y es aplicable a las criadillas la misma gradación de bronceado que se usa para el resto del cuerpo? Dicho de otro modo: ¿es preceptivo usar la escala de Fitzpatrick para definir los fototipos de la envoltura testicular?

Jorge Nitales (de los Nitales de toda la vida)

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