Si se usa la izquierda el arancel será del 100%. No estarán exentos aquellos que se pinten las uñas o se sienten encima de la mano un rato para que parezca la mano de otro.
A la guerra comercial que Donald Trump, llevado por el odio y el resentimiento del movimiento MAGA, ha declarado a muchos países considerados aliados hasta la fecha, se une ahora la Blitzkrieg contra el chaqueteo. Una ampliación del campo de batalla cuyo propósito no parece otro que extender la revancha hacia territorios que van más allá de lo estrictamente económico.
En definitiva, otra vuelta de tuerca sobre la apretada vida del ciudadano corriente y moliente que afectará a lo más íntimo de su existencia. Nos referimos a esa peculiar disposición mediante la cual se gravará con aranceles a todo aquel cuya sardina sea zurrada por una mano yanqui. Sí, sí, lo han entendido bien: Trump quiere que paguemos una tasa por cada manuela que nos regalen los gringos. La decisión puede sorprender por absurda y quizá sea ahí, precisamente, donde radique su fuerza (recordemos la frase atribuida a Tertuliano: «Creo porque es absurdo»).
Sin embargo, un ejercicio crítico más riguroso, podría ofrecernos perspectivas harto interesantes: ¿qué se busca realmente con esta tasa?, ¿acelerar el regreso a un puritanismo originario de la sociedad occidental, tras el abandono del rigor de la moral de la contención y la ejemplaridad?, ¿añadir una nueva medida disciplinaria al ya vasto surtido de herramientas biopolíticas que jibarizan nuestra libertad?
Ursula von der Leyen, que ha situado 2030 como meta para la autonomía europea en defensa, se plantea ahora apostar también por una autonomía onanista como contramedida, de forma que lo de apretarle el cuello al ganso quede entre europeos. Alemania, considerada tradicionalmente el motor de Europa, con la reunificación y la posterior globalización perdió mucho fuelle no sólo en lo político y lo económico; también, en lo sexual. Me atrevería a asegurar que desde el año 2000 no ha levantado cabeza que ordeñar.
“..Alemania, considerada tradicionalmente el motor de Europa, con la reunificación y la posterior globalización perdió mucho fuelle no sólo en lo político y lo económico; también, en lo sexual..”
Algunos boomers nostálgicos, por no decir retromaníacos sexuales, recordarán con viveza aquella singular tienda de campaña en cuyo interior una alemana trataba de hacer eyacular a un campista valiéndose del tradicional trabajo manual. La teutona (sería muy tentador escribir tetona en vez de teutona, ¿verdad?; pero no lo voy a hacer porque luego me tachan de sexista, machista o electricista, según el caso; aunque bien podría elegir el lector por sí mismo lo que sea que acabe en ista de entre las 1092 palabras que le ofrece el diccionario ampliado de español y no dejarme a mí el trabajo de la autodescalificación, que queda muy narcisista), la teutona, insisto, —o mejor dicho, era ella la que insistía— no lograba llevar su empeño al término deseado, por lo que solicitaba a otra alemana que le echase una mano. El fallido intento de ambas propiciaba una nueva incorporación y, a pesar de que el trío se aplicaba en la maniobraba y demostraba cierta maestría, el resultado era igual de infructuoso, razón por la cual se hacía necesario agregar nuevos efectivos a la causa.
El proceso se repetía indefinidamente. Este extraño fenómeno, que parece cumplir a la perfección las ecuaciones de Einstein-Hilbert, podría dar pie a una redefinición de agujero negro: una tienda de campaña (región finita del espacio), cuyo interior posee una concentración de alemanas (masa) lo suficientemente elevada como para generar un campo gravitatorio tal que no hay alemana (partícula) que pueda escapar de la tienda una vez atravesada la puerta (horizonte de sucesos); y al consiguiente corolario: hay que estar muy aburrido para escribir estas majaderías.
Con todo, no quiero perdeme en elucubraciones científicas poco pertinentes para el tema que nos convoca por muy interesantes que estas sean. Aquel mito erótico, repito, murió y para resucitarlo haría falta algo más que una alemanita.
—Oiga, ¿y este soez galimatías tiene algún dato que lo respalde?
—Cuando las discusiones sobre la cebolla en la tortilla se agotan, lo más sencillo es recurrir a la provocación: caca, culo, pedo, pis. Nunca falla; amén de que lo escatológico tiene una gran tradición en nuestra literatura, empezando por Quevedo (y antes, incluso) y terminando por Camilo José Cela.
—Pero usted no ha hablado de mierda en ningún momento, no entiendo su respuesta.
—¡Bip bip bip! ¡Bip bip bip! Uy, uy, qué está sonando el teletipo de la redacción. Hablando de mierda, me voy cagando leches.
—¡Eeehhh, que yo no he oído nada, no se escaquee de la pregunta! Vaya, ha puesto pies en polvorosa. En fin, iré a casa de Emily, por si quiere hacer llorar al tuerto antes de que entre en vigor el nuevo tributo.
Seguiremos informando.