Detenido un sospechoso que instaló un puesto de caracoles a la entrada del Teatro.
Los detalles de la investigación apenas han trascendido a los medios, dada la delicadeza del asunto. Nuestros peritos, gracias a su gran capacidad de inventiva, han reconstruido el caso con apenas un puñado de elementos circunstanciales. Animamos al lector a que suspenda por momentos su incredulidad, a que deje de lado su sentido crítico, pues no es aconsejable en estos tiempos que corren subestimar el poder de la imaginación.
Las bolas estaban almacenadas en seis armarios, debidamente ordenadas y precintadas, en el foso del escenario del Teatro Real de Madrid. Dos guardias de seguridad custodiaban con celo africano los armarios, como dos eunucos lo harían con un serrallo. Fue el subdirector de materiales de Loterías y Apuestas del Estado, en un control rutinario, quien se percató de ciertas anomalías: las bolas se movían y babeaban; a unas pocas le asomaban dos tentáculos.
Rápidamente dio la voz la alarma. La confusión, imagínese, estimado lector, era total: carreras, grititos, sofocos… Así lo confirmaron poco después el sargento Blops y el agente Pitts, encargados de las primeras pesquisa, cuando llegaron al foso del escenario de la fechoría: «La confusión era total: carreras, grititos, sofocos…».
“..en un control rutinario se percataron de ciertas anomalías: las bolas se movían y babeaban; a unas pocas le asomaban dos tentáculos..”
En un primer momento, se sospechó que el móvil del delito podría ser la envidia cochina preventiva; pero el hallazgo de un vídeo explicativo de cómo fabricar un rosario con hilo y cuentas de madera dio un vuelco a la investigación. No obstante, sigue sin concretarse en qué momento se produjo el cambiazo, por lo que no se descarta ninguna hipótesis. Así lo aseguraron nuevamente el sargento Blops y el agente Pitts: «No sabemos en qué momento se produjo el cambiazo, por lo que no descartamos ninguna hipótesis».
Posteriores pruebas periciales determinaron la profesionalidad del artificio. Una vez más, son Blops y Pitts quienes arrojan algo de luz sobre este aspecto: «No damos crédito. Los caracoles, perfectamente pintados y numerados, daban mejor el cante que algunos niños de San Ildefonso. De hecho, probamos a meter en el bombo un caracol con el resto de las bolas y apenas se diferenciaba. ¡Tales eran las virtudes miméticas del gasterópodo! Sin embargo, hicimos lo propio con un alumno del mencionado colegio, y enseguida se notaba que había un elemento extraño dando vueltas dentro del bombo. La criatura salió un tanto mareada, pero ya se encuentra en perfectas condiciones, dispuesto a cantar todo lo que haga falta. Parece que los niños extractores son muy sensibles a la coacción física y psíquica».
Por si las moscas, han detenido a un vecino de Utrera.