Flor de Utrera, mostachones, higos chumbos, una gorra de la Caja Rural y un ejemplar del Vía Marciana permitirían al utrerano disponer de analgésicos, alimentos deshidratados, regulador del estreñimiento, protección contra la radiación y algo de lectura para entretenerse durante los meses de aislamiento.
Mucho se ha hablado estos días de la conveniencia de que los europeos nos dotemos de un kit de supervivencia que nos permita mantener los suministros esenciales durante un mínimo de 72 horas ante un eventual conflicto armado o una catástrofe natural. Agua, alimentos en conserva o liofilizados, material de iluminación, medicamentos, documentos de identidad o una radio de onda larga, son algunos de los elementos que, tal como ha detallado la comisaria de Preparación, Gestión de Crisis e Igualdad, Hadja Lahbib, tomando como referencia el equipo básico de supervivencia recomendado en Suecia, deberíamos tener todos a mano.
Pese a la buena intención de la mujer, no han tardado en alzarse las voces discordantes que cuestionan la utilidad de este conjunto de productos y utensilios para lograr el fin que se busca: sobrevivir al progresivo borrado del mundo. Sin ir más lejos, mi cuñado, con todo el desparpajo que le da el saberse idiota, afirma que con este kit la señora Hadja Lahbib probablemente no sobreviviría ni media hora en un hipermercado, dadas las notables carencias que ha encontrado en él (supongo que esto será como la lista de los 100 mejores dedales de la historia, que cada uno de nosotros tiene una diferente y le parece la mejor).
El marido de mi hermano, en su santa ignorancia, plantea el siguiente escenario para refutar la idoneidad del contenido del kit sueco: «Imaginemos un hipotético ataque sorpresa ruso sobre Utrera que afecte al abastecimiento de agua y a otras infraestructuras críticas. En ese caso, lógicamente, las autoridades locales recomendarían a los utreranos que, por seguridad, permaneciesen en sus domicilios hasta que cesaran los bombardeos. Imaginemos ahora a una familia de cuatro miembros confinados, sin luz ni agua, en apenas 50 metros cuadrados con todo lo necesario para sobrevivir tres días. Llega el momento de cagar: si estimamos una media de una deposición por persona/día, pueden llegar a acumularse al final del tercer día hasta doce defecaciones en el inodoro ¡y sin agua en la cisterna con la que poder limpiarlo! Está de más decir que una mala gestión de los excrementos contribuye a crear un mal ambiente familiar.
¿No sería mejor, pues, disponer de un recipiente de gran capacidad donde depositar las heces y abundante serrín con que cubrirlas? Como medida complementaria, la familia podría darse un atracón de higos chumbos para fomentar el estreñimiento colectivo, lo que ayudaría a aliviar la situación. Es por ello que habría que incluir estos tres elementos citados entre los necesarios para la subsistencia familiar».
“..un atracón de higos chumbos fomentaría el estreñinimiento colectivo evitando un mal ambiente familiar durante el confinamiento..”
En una línea crítica similar a la de mi cuñado, algunos expertos en supervivencia afirman que más importante que disponer de una lata de sardinas para comer es saber todo cuanto se pueda hacer con ella. Por ejemplo, puliendo el fondo exterior de la lata podemos improvisar un rudimentario espejo que nos ayudaría a estar presentables en el momento del rescate. Insisten en la importante de mantener una buena imagen, conjurar la roña y la cochambrería, para no dar mucho asco.
A quienes deseen aprender muchos más trucos como este, la ASOSUPUTRECO (Asociación de Supervivencia Utrerana Coronilla) recomienda adquirir en tiendas del ramo un ejemplar del referencial Manual de supervivencia doméstica, que explica, entre otras cosas, cómo tejer paso a paso un jersey con las pelusas halladas tras los armarios, cómo extraer agua de las toallitas húmedas o cómo hacer fuego con la lupa del teléfono móvil.
Seguiremos informando.